ELÉCTRICO ARDOR
La exposición individual "Eléctrico Ardor" tuvo lugar entre el 14 de mayo y el 3 de agosto de 2019 en el Centro de Fotografía CdF de Montevideo, Uruguay. Fue comisariada por la curadora e investigadora en artes mediales Valentina Montero.
TEXTO CURATORIAL Valentina Montero Inmersos en una época asediada por la veloz circulación y avasallador volumen de imágenes digitales -principalmente fotográficas-, los trabajos de Felipe Rivas San Martín reunidos en esta muestra indagan sobre las tensas relaciones entre imagen e identidad, imagen y memoria, imagen e ideología desde la espectral visualidad digital y sus dispositivos, lenguajes, afectos y paradojas. A través de la pintura al óleo, y con el uso de signos como el Tag, código QR y del software Google Dreams, el artista se apropia de fotografías e interfaces digitales para examinar las nuevas condiciones de producción, circulación y consumo de imágenes fotográficas que las actuales tecnologías visuales basadas en dispositivos conectados en línea han ido reconfigurando. La apropiación de tales signos y aplicaciones ofrece una interrupción crítica a la normalización con que estos sistemas se instalan en nuestro mirar cotidiano. De ese modo, la manipulación de estos códigos gatilla nuevas narrativas contra-hegemónicas que intentan alterar o desplazar la manera en que vemos y leemos las imágenes. En Archivo Tecnobarroco su investigación aborda los mecanismos de vigilancia del que somos víctimas y cómplices al favorecer el entrenamiento algorítmico que nuestra compulsiva producción y necesidad de exhibición de imágenes ha permitido. Al mismo tiempo, abre nuevas interrogantes en torno al valor que los íconos de la historia, de la cultura pop o de la moda cobran en el inconsciente colectivo, modulado por estas nuevas tecnologías de domesticación visual que en su aparente inocencia parecen neutralizar o despolitizar lo que antes fueran símbolos de una época. En las obras de la serie Pinturas de Interfaz desactiva las expectativas que los “nuevos medios” garantizaban como promesa utópica en el momento de su irrupción. A través del óleo y acrílico la esperanza de interactividad queda anulada por un viejo medio, la pintura, generando otra vez una trampa; esta vez no sólo para el ojo, sino también para el dedo. El “click” o el “touch” se vuelven inútiles, insinuando que la promesa de participación que Internet anunciaba -la mayor parte del tiempo- no era más que un espejismo o brillante anzuelo. Asimismo, con la utilización de códigos QR activa fotografías de archivo de una historia local conocida -las dictaduras en América del sur- para comentar ácidamente el espesor ideológico con que esas imágenes se inscribieron en nuestra memoria, y que hoy se deslizan en nuestras pantallas, mientras la Inteligencia Artificial con que Google adiestra su ojo panóptico parece proyectar el onírico y ominoso paisaje que impugna a nuestras pupilas y conciencias con un eléctrico ardor. |